jueves, 6 de enero de 2011

Las Cosas


La cosa me viene cuando me pregunto si es uno el dueño de las cosas. No es solo prejuicios sobre tener y valer ante los demás lo que se tiene. Se trata sobre quién tiene a quién. Y no solamente a las cosas materiales, sino las otras, las que pasan. Son caras de una misma moneda. Yo nunca tuve la decisión correcta. Tampoco tuve la culpa de lo que pasó después con las cosas. Para mí es asunto de las cosas mismas. Alguien adquiere un objeto para hacer algo. Luego se arrepiente, pero curiosamente es demasiado tarde y el objeto cumple con la tarea a la que fue dispuesto inicialmente. Es como si la persona y el objeto se unieran. Como un tatuaje. Los tatuajes son siempre una intención. Una cosa que se une a la persona para recordarle que está viva y con asuntos pendientes. Por eso me pinto los tatuajes. También por ansiedad. El día ese me pinté dos. Uno en cada antebrazo. En la derecha tenía una espada. En la izquierda el nombre de ella. Tania. Al punto de la “i” le puse un corazón.

Ella estaba del otro lado. En la habitación. La escuché arrastrar la maleta y tirar de la puerta. No me precipité a salir del baño para seguirla. Después de todo, las cosas no habían funcionado. El amor cayó sobre nosotros como una lenta y pesada ola. La lección fue siempre la misma. Se trataba de dos animales conviviendo en una pieza con ventanas hacia la Avenida P. A ella le crece un invitado en la panza. Trabaja todo el día en la taquilla de un cine pero nunca mira las películas. El otro engorda encerrado en el baño. Todo el día jodido con eso de buscar la canción, de apostar la sangre sin ninguna recompensa.

Pero había llegado la hora de buscar empleo. Así de simple. La música seguía siendo un sueño inalcanzable y después del último concierto Mapunk y yo decidimos separar la banda. Fue hace cuatro meses. Desde entonces ha pasado poco. Escasamente veo la luz del sol. Tania trabaja, saluda a los amigos, trae comida en la noche, maldice el chiquero de la pieza y hace el amor. Yo casi ni existo. Nunca atiendo las llamadas. La casera puede morir en la puerta si lo desea (hemos colocado cerrojos para asegurarnos que no entre a la pieza). Del baño no salgo casi. Me gusta la acústica en ese lugar. Cuando me pinto los tatuajes tarareo algo hasta saber que tengo una canción. La letra también la escribo sobre mis brazos. Luego voy a casa de Mapunk y se la muestro para que me ayude a ponerle música. Mapunk me enseña a tocar el bajo. Dice que para aprender debo tener mi propio instrumento. Esa mañana me hubiera gustado comprar el Fender que me consiguió y componer algo con él, como antes. Sin embargo la situación había llegado a un límite. Tania y yo estábamos en la calle. Anoche la casera gritó que si no pagábamos la renta de la pieza, forzaría la puerta para sacarnos a las patadas. No me importa. Para sacarme tendrán que forzar también la puerta del baño.

¿Y Tania? Su rabia de siempre y ese dejo después de comer, cuando me pregunta por lo que he hecho durante el día. No es fácil sentirla acostumbrada al fastidio. Algo duele. Esa mañana discutimos. Quiere que sea un hombre y tome las riendas del asunto. Está dispuesta a hacerlo todo para ayudarme, no importa lo frustrado que me sienta. Mientras desayunábamos dijo que había tomado una decisión. Con los ahorros compraríamos un traje para que me sea fácil conseguir trabajo. Luego, cuando sea un cretino con sueldo, podía comprar el bajo si lo deseaba. Le contesté que se fuera al demonio. Apenas entré al baño la escuché salir de la pieza.

Me quité la ropa lentamente, amontonándola en el suelo. Estuve desnudo un rato, escuchando los sonidos que llegan por el respiradero. Luego me puse el maldito traje que nos vendió la vecina. Pensaba en cómo decirle a Mapunk que no compraría el bajo. Me había comprometido a hacerlo y estaba seguro que él necesitaba la plata. No tomé ninguna decisión después de todo. Media hora después salí del baño.

La habitación era un desastre. Sobre el colchón brillaba un cuadrado de luz que se filtraba por la ventana. En el suelo estaba casi todo, ya que no teníamos muebles. A un lado de la cama mis discos, como una montaña plástica de polvo. Al otro lado tres pilas de basura. Colillas de cigarrillo, bolsas de papas, tarros de gaseosas, hojas tachonadas y cajas de pizza vacías. Estuve mirando todo eso con algo de tristeza. Los números fluorescentes en la pared iluminaban las diez de la mañana. Me limité a organizar la habitación, por si ella volvía.

Mapunk vive a pocas cuadras de casa, cruzando la ruidosa avenida que parecía un infierno de buses, taxis y motos que pasan con velocidad. Todos pitaban calentando el latón con un ronroneo permanente. Me gustaba imaginar que esas cosas eran animales. La gente era el alma del animal. Algunas tenían más confusión que otras. Algunas eran más viejas. Todas parecían tener miedo o melancolía, como ocurre con el alma de las personas.

El apartamento de Mapunk es el último en un viejo edificio de tres plantas. La mole de pintura carcomida es visible a lo lejos. Hay que subir unas escaleras en caracol para entrar. En el jardín, al lado de las escaleras, hay un cenicero cilíndrico y plateado, de los que colocan en los aeropuertos. Mapunk y yo lo robamos cuando tocábamos en Crack. Antes de subir, fumé un cigarrillo mirando mi rostro en el reflejo metálico. Era un ovalo con manchas borrosas que mostraban la cara de un hombre-gato. Luego examiné mis zarpas. Debajo del traje estaban los tatuajes. Acaricié el nombre de ella un par de veces. Las dos últimas fumadas las di subiendo los escalones.

En la puerta me pegué al timbre. Mapunk demoraba en salir. Desde el pequeño balcón podía ver la calle abriéndose en una miseria que ascendía hasta las faldas de La Popa. Siempre me ponía jodido cuando miraba las casas y los cables de luz que metían todo debajo de una red. Allí siempre quedaban cometas atrancadas hasta deshacerse con la lluvia y el sol. Como si fuera un cementerio del tiempo o algo así. Una vez le dije a Mapunk que hiciéramos una canción sobre eso. Sobre las cosas que se mueren antes que uno. A él todo eso le parece una mierda. Nunca quiere ver el lado sensible. Su deseo es fumar marihuana todo el día y tener un par de putas que le hagan todo.

No es una mala idea, sobre todo si alguna se encargara de abrir la puerta. Pasados quince minutos, Mapunk sale bostezando y sin camisa. La maraña de cabello le cae hasta la mitad de la cara.

- ¿Qué mierda te pasa?
- Peleé con Tania – Le digo entrando al apartamento.

En la sala había un sofá con alguien que dormía arropado. Al lado una mesa con líneas de coca y una grabadora. Una mecedora y un bajo eléctrico recostado. Era de un azul opaco que me gustó. Caminé directamente hasta el instrumento y lo miré con más detalle. Era una lástima. Nos había costado conseguir el dinero y no quería gastarlo en un traje. Miré a Mapunk que se inclinaba para aspirar una de las líneas. Luego miré a la persona que dormía.

- ¿Quién es este man? – le pregunté.
- Se llama Nancy

El cuerpo acostado se deshizo de la cobija lentamente. Salió una muchacha pelirroja y con la piel blanca. Se movía como un lagarto.

- Nancy es la bajista de mi banda. Ella es la dueña del bajo
- Tú debes ser Jorge – dijo Nancy en mitad de un bostezo.

Tomó un cigarrillo de los que estaban sobre la mesa. Mapunk le ofreció fuego. Nancy chupó profundo, dejando salir el humo por la nariz. Luego se pasó la mano un par de veces por entre las greñas y bostezó con los ojos llorosos. Ella también parecía un gato.

- ¿A dónde vas con ese disfraz? – preguntó Mapunk
- ¿Es patético verdad?
- Mucho – dijo Nancy

Me senté cargando el bajo. Las cuerdas producían una vibración suave y metálica. Lo sentía con el ronroneo de un animal que dormía en mi regazo.

- Voy a donde el viejo - dije
- ¿Qué viejo?
- Mi viejo
- ¿En serio?
- Muy, necesito trabajo
- ¡Maldita sea!

La carcajada de Mapunk es contagiosa. Sonaba como una lata bajando una calle. Mientras reía miró a Nancy y le guiñó el ojo. Me dio rabia verlos cubiertos de esa felicidad.

- De hecho no voy a poder comprarlo – dije señalando el bajo – venía a decirte eso

Mapunk permaneció con una sonrisa engrapada al rostro. Luego tomó un cigarrillo y lo encendió. Miró fijamente a Nancy. La nena estaba atónita. Negaba con la cabeza o esa fue la impresión que me causó.

- Es un buen bajo – dijo Nancy
- Lo sé – contesté
- No tienes que pagarlo todo. Solo la mitad. Luego nos arreglamos.
- No puedo hacerlo, nadie vive del rock en este pueblo
- ¿No te gusta? - insistió
- Nancy – interrumpió Mapunk, que hasta entonces había permanecido fumando pensativo.

Nancy se colocó de pies. Mapunk salió detrás de ella cuando la vimos caminar hacia la habitación, al fondo del apartamento. Cerraron la puerta. No sé qué ocurría pero las cosas tampoco parecían marchar bien con ellos. Los escuché discutir mientras seguía jugando con el bajo. El hermoso semental azul de raza Fender Stratocaster vibraba sobre mi pecho. Una a una, las cuerdas se dejaron tocar. Menos la última. La más gruesa. Se rompió con un golpe secó, como si el animal diera un latigazo con la cola. Como si tratara de decir algo.