miércoles, 30 de junio de 2010

!Nos queremos tanto!




El hombre contrae una serie de enfermedades
que descifran un mensaje en clave.
Willian Burroughs


1
Los cuatro se reunieron en la terraza de N. Tres fumaron cigarrillos antes de entrar a la casa. Dos pidieron agua al cruzar por la cocina. Uno pidió el baño. Cuando abrió la puerta le saltó el olor a sexo. N tenía un olor difícil de explicar.
Estiró la mano tocando las baldosas de la pared mientras los otros encendían las luces de la sala y colocaban la película. Le pareció que la bombilla era una araña recogida con todas sus patas luminosas, colgando de un largo hilo amarrado en una de las vigas del tejado. El baño era caliente. Abrió la tapa del inodoro con el pie. Al quitarlo la tapa volvió a caer.

- Bueno, empezamos con la película y después vamos al museo

La voz de N era delgada como sus labios. Lo pensó mientras volvía a levantar la tapa con el pie y en esa posición, realizar la maniobra

- De una
- ¿Vale, donde está este man?

El chorro de orina sonó como una bofetada. No pudo escuchar lo que decían. Le salpicó un olor a detergente. El de N desapareció.
2
El humano soñó despertar en una cueva. No recordaba cómo había llegado. Porque había escogido aquella grieta que lo aprisionaba como un útero. Le dolían los ojos como si hubiera dormido horas. La herida en su sexo estaba seca. La tocó sin dolor. Afuera era de mañana. Lo supo por la luz que amarilleaba el techo rocoso que apenas pudo ver. Intentó levantar los brazos pero había escogido un lugar demasiado estrecho. Trató de recordar. De volver al sueño. Cerró los ojos. No fue necesaria ninguna de las tres opciones. Los perros ladraron a lo lejos y eso era todo. Volvió a abrir los ojos. Había tres letras talladas en la roca, delante de sus ojos que ahora empezaban a acostumbrarse a la oscuridad. Los trazos los reconoció al instante. Eran suyos. Lo que significaban fue más difícil de comprender. No podía pronunciarlo. Por mucho que forzaba su lengua le era imposible decirlo. También pensó que de pronunciarlo podría salir de su escondite y ahuyentar a los perros con solo abrir la boca y decir. Pero algo había cambiado. Sentía calma. Entonces fue claro. Estuvo allí todo el tiempo. La primera letra era a su vez la última y la del medio. Depende del orden en que se lean. De izquierda a derecha. De derecha a izquierda. De la mitad hacia cualquiera de los lados. Tres letras iguales que no dejaban de sucederse. No importaba cual fuera la letra, ni el orden. Importaba el instante en que aquellos rasguños se transformaban en letras que leía, o viceversa.

3.
- No me parece tan buena
- Como se te ocurre Pablo, estás jodido
- La traje para que veas lo que para mí son errores garrafales
- ¿Oye pero tú estás loco?
- Él y sus opiniones contra el mundo
- Nojoda si o no, culo de man raro loco
- No no en serio, la cosa es absurda
- ¡Ay Pablo!
- Hay N, lo que hay son errores básicos de secuencia en la narrativa
- ¿Pero este si es culo de man interesante no N?

Se callaron y pudo escuchar la gotera. Caía desde un tubo oxidado que era la ducha y reventaba contra las baldosas verdes. En algunas partes se había desteñido el color y mirar aquello le recordaba cuando se mira el cielo y hay nubes suaves y ganas de caminar. Le gustaba concentrarse en eso mientras los otros lidiaban un silencio incomodo.

- ¿Ajá y entonces?
- ¡NICO!

La voz de N lo erizó. Desde el piso en donde estaba sentado miró hacia el seguro de la puerta. Sintió los pasos de N hasta el baño y no le fue difícil imaginarle el rostro. Los ojos aindiados, el pelo corto, el labio delgado tachando el semblante perfecto. Dos golpes en la puerta

- ¿NICO Y ENTONCES?

Vio el esfuerzo de N tratando de abrir y se colocó de pies.

- ¿Amor estás bien?
- Si, ya salgo

Pero no lo hizo. Sabía que N lo esperaba al otro lado con la cabeza inclinada y los oídos atentos.

- ¿Necesitas papel?
- No

N arrastró los pasos. La escuchó caminar hasta la sala mientras fijaba sus ojos en el papel higiénico, colocado al lado de un jabón para manos.
Algo le había dicho en su cabeza que todos los animales tienen un olor. Fue por eso que entró, pero su imaginación le jugaba bromas y terminaba fabulando con los ojos fijos en algún lado.

- ¿Le pasa algo?

Nico se inclinó sobre el inodoro dispuesto a bajar la palanca. Se detuvo cuando sintió que N volvía a dejarse caer sobre el sofá

- ¡Cuando no!
- ¿NICO MI HERMANO ESTÁS CAGANDO?
- ¡Hay Mau no seas tan guache!
- Baja la voz viejo, los papás de N llegan ahorita
- ¡Mie…! pero ahora sí, pon la película para ver qué es lo que es.

Nico bajó la palanca. El excusado hizo gárgaras y se tragó el agua sucia al tiempo que disparaba un remolino de agua azulada. La voz de los otros fue cubierta por el ruido del tanque llenándose. Nico lo escuchó con atención como si tuviera los oídos al nivel del agua. Allí se le ocurrió la idea.

- … filmó en el sesenta y seis, disque basado en Las babas del diablo
- ¿En qué?
- ¿No te suena?
- Es un cuento Mauro
- Nojoda pero ustedes si saben vaina rara
- No es nada raro eso
- Deberías hablar con Nico, ese sí que sabe cosas raras
- Bueno pero que salga entonces
- ¿Se quedó atorado o qué?
- Amor pilas
- YA VOY

Gritó desde adentro del baño.
Debía actuar con rapidez. Giró la llave del lavamanos dejando salir un chorro grueso. Tomó el papel higiénico. No renunció a mirarse. Actuaba bajo su propia vigilancia, que gracias al espejo redondo sobre el lavamanos parecía otra. Desenrolló una tira larga que arrancó de golpe y la metió bajo el chorro. Repitió el ejercicio de forma frenética, hasta que el papel se amontonó sobre el desagüe. Disminuyó la intensidad. No se debía escuchar ni dar pista. Con las manos mojadas se alisó los cabellos y salió del baño.

4.
Volvió a ser un humano desnudo que corría por el desierto. Cinco perros negros lo seguían. La arena le desollaba los pies. A lo lejos veía las dunas. Una profundidad en la cima lo invitaba a seguir corriendo. Esperaba escalar la montaña arenosa y que esa profundidad fuera una cueva en donde esconderse. Pero era difícil correr sobre la arena caliente. Los perros se acercaban jadeantes. Cuando miraba hacia atrás podía verlos corriendo todo dientes y espuma de rabia salpicándole los talones. Su pie contra su otro pie chocaron suavemente y se fue de bruces. Es hermoso ver caer a estas criaturas.
En el primer momento siguen suspendidos en el aire. Aflora un gesto de sorpresa. En los ojos una señal de dolor antes del dolor. Así son estos humanos; se anticipan a todo. Luego ya no parecen tan cómodos y uno ve las piernas retrasándose a la velocidad del cuerpo. Se ponen rígidos para resistir la caída. El gesto de sorpresa se vuelca a resignación; de saber que otra vez se cae, pero sin recordar antecedentes. Es obvio que se confunden y ante eso ¿qué mejor solución que la de permanecer rígidos? Chocan en la arena y rebotan para volver a chocar y revotar para volver a caer, como una piedra pateada por el cielo y el eterno sol.
Algunas piedras no ruedan lo suficientes. Su caída fue rápida. Viró inmerso en una nube de polvo hasta detenerse bocarriba, con los brazos y las piernas apuntando a cada extremo. ¿Será mejor fingir la muerte? ¿Pero qué era eso? ¿Había muerte en ese lugar?
Su cabeza daba vueltas cuando sintió los perros. Los dejó babear, olfatear, lamer, apretar y besar su sexo. Los cinco se habían concentrado en esa parte de su cuerpo. Los sentía gruñir mientras lo tomaban entre dientes. Mordieron hasta romper la carne. Gritó como un extraño animal de dos patas. También tenía un par de garras inofensivas que golpeaban o sujetaban sin hacer mayor daño; pero que le permitieron alejar a los perros por un momento. Hacerlos retroceder mientras se colocaba de pies.
Volvió a estar desnudo. Asexuado. Atravesando el desierto. Los perros corrieron detrás de él porque ya lo habían olido, y comido, y amado con babitas. Mientras corría, parecían alejarse de las dunas.
Llegó como siempre; casi quedándose. Subió el camino escarbado con sus últimas fuerzas. Era demasiado inclinado para los perros, que ahora solo podían ladrar desde abajo. Él no los veía. Sus ojos miraban la piedra saliente y luego a su mano, como si con los ojos diera la orden. La mano brincó como araña y se trepó en la piedra. Lo repitió con la otra mano para no perder el equilibrio. Así, mientras subía, empezaba a sentir que no sentía nada. La cima era la anhedonia.
Un sentir sin sentir. Mirando piedras con ojos petrificados. Una pequeña inclinación en la entrada. Avanzó porque sus pies se arrastraron en inercia. Bajando. Salvado niño mío. Los perros tendrán que dar la vuelta a las dunas para subir. Su otra pierna temblaba queriendo moverse también. Perdía equilibrio pero no caía. Se dejaba avanzar en el vértigo de saber que ya no era él. ¿Ese animal¿ ¿Ese otro que recordaba haber mirado y mimado y escupido al espejo durante toda su vida? Su próximo paso fue inseguro y se detuvo de golpe. El sol le quemaba la cabeza y los hombros. Los perros seguían ladrando. La brisa le dio un poco de bienestar mientras miraba a su alrededor. La cueva parecía una boca abierta llena de arena. Los grandes peñascos como dientes afilados. Escuchaba la respiración. ¿Era el viento? ¿Una palabra? No escuchó otra cosa que el sonido de aquella boca. Y fue débil. Tentado por la caricia abrió los brazos. Casi le hubiera gustado decir: A donde tú quieras. Decírselo a la brisa con la que ahora, papelito, recuerdo súbitamente doloroso, balaba y bailaba hacia los extremos. Respirando el cielo y el polvo que levantaban sus pies con cada paso.
Lo demás fue repetición. El viento lo empujó un poquito y luego otro poquito haciéndolo retroceder mientras respiraba y desprendía polvo y resbalaba y no gritaba. ¿Para qué gritar? ¿Para qué ser piedra? ¿Ser pluma? Fue solo una criatura cayendo. Ya no por accidente o miedo. Caer es también una suave melodía que pronto cesa. Y cuando hay silencio. Y cuando todo está oscuro de nuevo. Parido por los pensamientos. Escupido. Me paso de la línea. Y termino puta mostrándome desnudo. Aquí, donde no es a él, amado humano, a quien le ocurren las cosas. Donde tengo un par de piernas inertes y una camisa nueva bañada de sangre. Donde estoy a un lado de la sala, junto a la mesita del teléfono. Y no llamo a nadie. No me desespero. Y la tarde tiene un brillo miserable. Una melancolía amarilla que entra por las ventanas y aquieta las cosas. Las llena de polvo. Me llena de polvo. Y alguien llama a la puerta. Dos veces más.
Cuando consigan la manera de entrar me tropezarán muerto, con un agujero en la garganta que me disparó nadie. Caso curioso. Querer abrir la puerta y por la ventana, rompiendo los cristales, mi garganta atravesada. Lástima. La lluvia también llegó y a pesar de mi alma, ya hasta me imagino lo que dirán los periódicos.

5.
El agua que bajaba arrastró botellas y bolsas plásticas. Era un arroyo ennegrecido que aparecía cuando llovía y que la gente del barrio llamó la piscina. Con la llegada de las nubes todos salieron a la calle o las ventanas. Había tiempo para mirar lo invisible. La hoja asomada en la tapa del alcantarillado o las manos mugrientas marcadas en las paredes de los otros. Los pequeños se bañaron desnudos en Edenes enrejados a lado y lado de la cuadra. Los demás caminaron el barrio con los ojos fijos en las canaletas de las casas, buscando el mejor chorro. El que lo encontraba se encargaba de coordinar que el tiempo de baño para los demás no sobrepasara los dos minutos. Se veían filas de muchachos con las ropas mojadas en todas partes.
Las ventanas, en cambio, eran el puesto de las señoras de casa. Abanicadas por un Zanjo o Patón, observaron la escena melancólicas con canciones de Roberto Carlos desde la cocina y El show de Don Francisco en la televisión. Sus bellos rostros con polvo sobre las arrugas miraban llover. Parecían mascaras antiguas, o al menos eso pensó Nico. Pero no lo dijo. Mauro arrastraba un palo golpeando las rejas de las casas. Pablo llevaba los brazos cruzados y un paraguas negro. Las señoras movieron sus rostros. Era una lástima que a estos tiempos se viera gente así por este barrio.

- ¿Crees que ya se dio cuenta?
- ¿Aja y tú qué crees marica?
- La verdad a mi todo esto me parece una fútil pataleta
- Erda cállate.

Las señoras inclinaron sus cuerpos y vieron a los tres doblar la calle. Se notaba que no eran de por allí. Llegaban todos los días a la misma hora para visitar a la hija de Coronel. Todos sabían que el Coronel no aceptaba marihuaneros en su casa. Por eso se iban a las seis. Ese día se fueron más temprano.

- ¡No te digo yo que arrieros somos y en el camino nos vemos! ¿Y ahora como es la cosa?

Mauro lo dijo caminando con los brazos abiertos hacia una casa de rejas negras. En la puerta había un niño con uniforme escolar y un pesado maletín de las Tortugas Ninjas. Mauro metió uno de sus brazos por entre las rejas y le hiso señas al muchacho para que se acercara.

- ¿Sabes quién es este Nico?
- ¿Por qué no lo dejas quieto y nos vamos?
- Vea viejo Pablo, yo a usted le voy a pedir un favor
- Cálmate Mauro
- Cálmate nada Nico ¿Que no lo vez?
El muchacho no se acercó. Tomó su maletín por una de las maniguetas y lo corrió hacia él. Luego timbró un par de veces. Nadie salió a la puerta.

- Ven marica ¿Te acuerdas de mí?
- No puedo, está lloviendo y me enfermo
- Mauro es un niñito, tranquilízate viejo
- Oye pero tu si eres sapo
- ¿Mauro y qué?
- Qué nada viejo Nico, cántasela o se la canto
- ¿Qué cosa?
- Nada Pablo, mejor vámonos

Mauro resopló una sonrisa de sarcasmo y volvió a hacerle señas al muchacho para que se acercara. El niño volvió a presionar el timbre.

- Mauro nos vamos a meter en un lio
- ¿Es que tu no lo ves Nico? Es el hijo del gordo marica, el escritor. ¡Ojalá jodan a tu papá marica! ¡Ojalá se mamen a toda tu familia hijueputa!
- ¿Nico este tipo está loco o qué?
- ¡VEN!

El grito de Mauro estremeció al muchacho, pero no se acercó. Volvió a presionar el timbre. Mauro exhaló con irritación y aferrándose a las rejas empujó su cuerpo en un salto que lo dejó con las piernas colgando a cada lado. Pablo dejó el paraguas y se acercó con rapidez Tomó a Mauro por la cintura haciéndolo caer sobre el andén. Nico vio en los ojos de Mauro un destello inconfundible. Pablo no lo pudo ver. Mauro con los brazos le amarró el cuello y su rostro babeó sobre el cemento. Gritó. Nico vio el cuerpo convulsivo de Pablo. Su grito sonaba opaco y subterráneo. Pablo empezó a lanzar golpes desesperados hacia cualquier parte de Mauro.

- ¡Apúrate maricón!

Nico estaba frio. Había esperado toda la tarde aquella señal, cuando se encontraron en casa de N, y ahora que se hacía evidente no sabía cómo cobrar lo perdido. Caminó alrededor de Mauro y Pablo. Pablo lanzó otro golpe que aterrizo en el rostro de Mauro y este lo aquietó sacándole el aire con un par de puñetazos en las costillas. Los quejidos de Pablo se escucharon por toda la cuadra y en pocos segundos Nico observó diversos grupos de bañistas que con ropas mojadas se acercaron señalando. Los unos le decían a los otros y estos a otros que se sumaban al gentío.

- Suéltame hijueputa
- ¿Ahora si no estás tan fino verdad? ¿Y tú qué esperas? Vamos a joderlo aquí
- Mauro es que aquí
- Pégale bobo

Nico se rascó la nuca. Miró la gente que se acercaba y un par de tipos que se abalanzaron sobre Mauro y Pablo.
Los cargaron mientras pataleaban en el aire. Los inmovilizaron ante la multitud que se apretujó y lanzó agudos gritos femeninos. A Pablo lo llevaron hasta el otro andén. Tenía el rostro magullado por el roce con el pavimento. Mauro no decía nada. Miraba a Nico y forcejeaba para que lo soltaran.

- Nico explícame ya que es esta verga

Nico miró a Pablo en el otro andén. Luego a la gente que esperaba en silencio. Aun llovía. Hasta el momento lo notaba. Sonrió. Tomó el paraguas del piso y empezó a caminar.