domingo, 18 de enero de 2009

Puchulú



Cuando nació mamá nadie sabía qué hacer. Estábamos en el comedor con papá, que nos enseñaba a armar la pistola; una pistola plateada, con la cara de Marilyn Moroe en la cacha y una cajita musical que a la vez servía de tambor para las balas. Estábamos allí porque a Kike se le habían acabado los insectos y lloró toda la noche. Papá nos hablaba de todo lo que se podía hacer con una pistola, de todas las canciones que se podían cantar con ella bajo la lluvia, apuntando a los faroles de la ciudad. Fue solamente que empezamos a cantar las canciones y el mantel empezó a abultarse en el centro, a crecer de manera vertical como si alguien lo empujara por debajo de la mesa. Entonces fue papá, o los ojos de papá, los que nos explicaron que sucedía. Titilla salió a buscar las llaves del carro y una cuerda. Papá, quitó el mantel con satisfacción y allí estaba mamá, naciendo desde el centro de la mesa como un árbol cálido. Primero los pies con zapatillas de goma, luego los tobillos blancos y rellenos, y así sucesivamente; las pantorrillas, las rodillas, los muslos. Cuando empezaba a salir el sexo de mamá llegó Titilla con las llaves del carro y la cuerda. Papá nos pidió ayuda y en un santiamén amarramos un extremo a la defensa del carro, y otro a los tobillos de mamá. Papá encendió la máquina, haciéndola retroceder.

El resto de la tarde la pasamos disparando a los gatos que caminaban por la paredilla. Mamá derribó tres. Tres niños. Dijo entre dientes cuando el último se desplomó sobre el jardín. Aquel gato tenía mi nombre.