lunes, 23 de septiembre de 2013

12

Al despertar bajó de la mesa. Saltó sobre los que estábamos acostados en el piso. Llegó corriendo a el final del pasillo y cuando abrió la puerta del patio, entró la tormenta. Los hilos de agua colgaban por todas partes, se pegaban a las hojas, bajaban del tejado unidos por un chorro que inundaba la tierra. Entonces escuchó llegarle de lejos la respiración de las islas, y como un presentimiento del diluvio, vió el sello de aire que marcaba los días venideros. Y no fue fácil negar el ombligo, porque mas allá de sus cuatro patas la casa se había hecho un alma. Una forma de ser naufragio y raíz. Camino encorvado hacia adentro, bajo el techo de la boca