
Al despertar bajó de la mesa.
Saltó sobre los que estábamos acostados en el piso.
Llegó corriendo a el final del pasillo
y cuando abrió la puerta del patio,
entró la tormenta.
Los hilos de agua colgaban por todas partes,
se pegaban a las hojas,
bajaban del tejado unidos por un chorro
que inundaba la tierra.
Entonces escuchó llegarle de lejos
la respiración de las islas,
y como un presentimiento del diluvio,
vió el sello de aire que marcaba los días venideros.
Y no fue fácil negar el ombligo,
porque mas allá de sus cuatro patas
la casa se había hecho un alma.
Una forma de ser naufragio y raíz.
Camino encorvado hacia adentro,
bajo el techo de la boca